MUJERES MÚSICAS EN EL BARROCO HISPÁNICO
Con motivo del Día Internacional de la Mujer, publicamos este texto dedicado a las monjas músicas.
El barroco hispánico no cuenta, lamentablemente, con compositoras de relevancia. Sí abundan, sin embargo, las mujeres intérpretes y arreglistas. En los conventos femeninos había capillas de música en las que se interpretaba no solo música litúrgica en latín, sino también villancicos, tonadas y piezas instrumentales. Las maestras de coro se encargaban de conseguir la música, a menudo encomendando a algunos maestros de capilla de cierto renombre que compusiesen villancicos para las principales fiestas del convento. Así, por ejemplo, Josefa Salinas escribió en agosto de 1672 desde Salvatierra (Álava) al maestro Miguel de Irizar, entonces maestro de la Colegiata de Vitoria, para que le remitiese villancicos de Concepción y Navidad. El testimonio es curioso porque muestra el fastidio que sentía esta monja por andar siempre molestando a compositores para conseguir música:
«Señor mío, nunca creyera que aunque baje a la Jara, me la hubiera olvidado, y más habiéndole escrito, no responderme. Mas por eso no quiero dejar de cansarle y decirle que, hasta morir, le tendré a Vmd. en mi memoria para encomendarle a Dios. No sé en qué se funda Vmd. en no escribirme […] Y así le pido, por amor de Dios, no deje de acordarse de la fiesta de la Concepción y Navidad […] Y no hallo de quien valerme ni yo tampoco quisiera introducirme con quien no me ha de sacar lucida del empeño. Y dejando esto, le aseguro con verdad que, si no fuera por este oficio que tengo, no tomara pluma en mi mano, que solo Dios ya ve lo que me cuesta el escribir y cansar […] No quisiera se hubiera cansado Vmd. en hacerme merced. En fin, el tiempo lo dirá. Dios nos dé una buena muerte, y juntos nos hallemos en el cielo, que entonces no habremos de pedir villancicos» (Matilde María Olarte-Martínez: Una correspondencia singular: maestros de capilla, ministriles y bajonas, tomando el pulso de la música española del último barroco, Ediciones Universidad de Salamanca, 2016, pág. 54)
Dos años más tarde, Josefa Salinas seguía pidiendo villancicos a Miguel de Irízar, entonces maestro de capilla de la Catedral de Segovia, exigiendo una formación concreta:
«Ahí remito la letra de San Pedro, para que me componga el estribillo a cuatro voces y las coplas a solas, y todo sea a la grey del gusto; y juntamente me remitirá otro al Santísimo que sea a dúo, para que con eso tenga la fiesta lucida, y mire que me lo remita cuanto antes para que no me tenga con cuidado» (Matilde María Olarte-Martínez: Una correspondencia singular: maestros de capilla, ministriles y bajonas…, pág. 85)
Las niñas de gran habilidad en la música eran muy apreciadas y buscadas por los conventos, como se ve en esta interesante carta que Martín de Barasoain escribió en 1674, desde Pamplona, a Miguel de Irízar:
«En este correo recibí una carta de fray Domingo Olabarre, que trata en orden a la niña que está propuesta; donde me dice ha de tener voz, organista, arpista, ha de enseñar a algunas de esas señoras, y las fiestas, o lo que se canta, ha de correr por su cuenta. Estos son muchos oficios para una mujer, aunque me dice que la otra [niña] iba con todas estas obligaciones […] Ya le escribo a fray Diego y le digo lo que el padre de la niña me ha dicho, para que no nos andemos cansando […] La niña tañe sus obras de partidos altos y bajos, así bien de lleno versos de todos los tonos; acompaña cualquiera cosa en pasando el papel unas cuantas veces; así tañe sus pasitos de fantasía, que los saca de un día para otro, que con ejercicio y tiempo se adquiere esto; en la arpa tañe los sones de palacio y algunas otras cosas curiosas; acompaña como en el órgano de música; canta su parte, echa contrapuntos, conciertos a tres y a cuatro sobre bajo y sobre tiple, y compone a cinco suelto, que es lo que basta para que sea una buena tañedora. Es hija de muy buenos padres, el padre es escribano real y ya muy cansado por haber criado muchos hijos. Otras dos hijas tiene religiosas. Dígolo esto porque el hombre no está para gastos, y con los setecientos reales que dan esas señoras, no tiene para jornada» (Matilde María Olarte-Martínez: Una correspondencia singular: maestros de capilla, ministriles y bajonas…, pág. 84)
La calidad de la música que se hacía en los conventos era tal que Cosme III de Médici, en su viaje por España en 1668, dejó constancia de su agrado por escuchar a las monjas músicas. Como ejemplo, valga el siguiente testimonio de la música que escuchó a las monjas de Santa Inés de la ciudad de Córdoba:
«Después de comer [Cosme III], fue a las monjas de Santa Inés, de la Orden de San Francisco, para escuchar su música, considerada la mejor de Córdoba, [...] quedando mucha gente fuera durante todo el tiempo que duró la música, que se alargó hasta por la noche. Delante de las gradas, por la parte interior, estaba la abadesa en medio de dos monjas que estaban sentadas en el suelo del estrado; detrás de estas, en el coro, había veinte monjas que tocaban y cantaban maravillosamente. La música era estupenda, como se hace en España, aunque en Italia no sería tan apreciada, principalmente por la forma en que se canta: nasal, que no se hace con el pecho, ni de manera agradable, basándose sobre todo en el ritmo más que en las notas y en el tono. El concierto de instrumentos fue aceptable; tienen seis arpas, dos violines, tres fagotes [=bajones], un bajo de viola y muchas guitarras, [...] donde de distintas formas, y siempre de forma gentil y con suma gracia, cantaron madrigales y cancioncillas hermosísimas [=villancicos y tonadas], una de las cuales suele cantarse durante la noche de Navidad. Entre las cantantes, dos son las más virtuosas: Doña María Magdalena de Rivera y Doña Ana Maldonati, dos jóvenes muy hermosas y graciosas en el canto, y compenetradas en sus voces. Cantó al mismo tiempo, con acompañamiento de guitarra, una niña de seis años con una gracia singular.» (Lorenzo Magalotti: Viaje de Cosme III de Médici por España y Portugal (1668-1669), Miraguano Ediciones, 2018, págs. 226-227)
Gracias a la actividad de estas monjas músicas, han llegado hasta nosotros varios archivos musicales en América y en la Península Ibérica con el repertorio que interpretaban. Uno de los más interesantes es el que procede del Convento de las Concepcionistas de la Santísima Trinidad de Puebla (México). Esta colección fue adquirida durante la primera mitad del siglo XX por el coleccionista Jesús Sánchez Garza y hoy en día se custodia en el CENIDIM (México).
Quisiera centrarme en una de las obras de esta colección, el villancico al Santísimo Benigno Favonio a cuatro voces (TiTiAT) de Sebastián Durón. En dos de las partichelas del documento aparece el nombre de la monja que lo interpretó. Así, en la parte de Alto se lee «De Mariquita», que se refiere a la monja «Mariquita, la Baeza», que cantó papeles de contralto en el convento de la Santísima Trinidad entre 1652 y 1691. Y en la parte de Tenor se lee «Rosa de S.t caietano». Cabe la duda de si la parte de Tenor se cantaba en la tesitura grave original, si se cantaba una octava aguda o si se tocaba instrumentalmente con un bajón.
Lo interesante de este ejemplo es que el villancico es una versión, lo que ilustra la actividad arreglista y adaptadora de las monjas músicas. Se conserva otra versión, posiblemente más cercana a lo que compuso Durón, en el Seminario de San Antonio Abad de Cuzco. Cuando se comparan ambas versiones se advierten tres diferencias notables: 1) el Estribillo de la versión de la Colección Sánchez Garza es considerablemente más breve (74 compases frente a los 96 de la versión de San Antonio Abad); 2) la Coplas no están repartidas entre las cuatro voces, sino que todas las canta el Tiple 1º; 3) existen numerosas e importantes variantes textuales.